viernes, 1 de junio de 2012

Ensayos


He decidido dedicar una entrada a todos los ensayistas de filosofía de la mente. Hacer un ensayo empieza por escribir un borrador de 2000 palabras pensando sobre lo que dice un autor para que te lo devuelvan junto a una página repleta de correcciones escritas en rojo
Entonces es cuando comienza la agonía: Horas y horas pensando ¿cómo pienso? ¿Cómo piensa él? ¿cómo sé que piensa? ¿piensa? ¿pienso?... Y acabas en un escepticismo esquizofrénico que te lleva a hablar sola y acompañada y a machacar a individuos, a los que les dan igual cuantas preguntas sin respuestas eres capaz de formular.
Después de las horas de depresión  causadas por la cantidad de rojo, una decide convertir las críticas en constructivas y hacer una auténtica tesis filosófica que lleve, como siempre en esta carrera, a un mar de preguntas sin respuesta. Soy la clase de persona que finge que todo le da igual hasta que de verdad deja de darle igual: Soy la típica persona que hace lo que es útil para resolver un problema hasta que de verdad el problema le interesa y entonces escribe al profesor un correo enorme describiéndole su  esquizofrenia, para después pedir la primera tutoría de sus tres años de carrera y no atreverse a mirarlo a la cara cuando quiere plantearle sus dudas. Al final sales de la tutoría con más preguntas de con las que entraste y decides exponer tu tesis sobre si los robots piensan o no delante de esos filósofos  sabiendo que van a acribillar tu ensayo.
Después de molestar como una mosca cojonera a todos aquellos a los que les interesan otras asignaturas con conversaciones acaloradas sobre la capacidad mental de una máquina, expones durante un máximo de 10 minutos que, no sabes cómo, la velocidad de tus palabras convierte en unos 5, dejando 15 para que tus profesores, a los que les encanta escribir en rojo, te machaque. Surge la magia ante la pregunta: ¿una mosca tiene intencionalidad? Increíble, un mes haciéndote preguntas  y aquello jamás se te había ocurrido… Por suerte, en esta asignatura vale más un “no lo sé” que un silencio incómodo, y en este caso lo sé.
La crítica constructiva que pretendía mejorar mi ensayo se convierte en una discusión filosófica que concluye en cómo hacer el argumento más fuerte y en si encasillar a mi persona dentro de un ámbito conductista, funcionalista o emergentista… Mientras, mis profesores esperan ansiosos por saber a qué equipo decido unirme y reciben por respuesta mi “no lo sé”.
Sí, hacer un ensayo ha sido algo parecido a cuando mis padres me preguntaron: ¿ciencias o letras? Lo curioso es que en aquel momento decidí ciencias y ahora... ahora estudio filosofía y escribo estas cosas en un blog porque he decidido que un día como hoy, en el que uno desayuna 4 vasos de zumo de piña (la ansiedad provoca unas curiosas ganas de vomitar al introducir cualquier sólido en la boca) y almuerza boquerones fritos abiertos (creo que un principio los iban a hacer en vinagre y se arrepintieron), merece, por lo menos, que no empiece con Nietzsche hasta dentro de un par de horas.
Es así como concluyo mi aportación. Otro día hablo del Erasmus, que también es un tema muy entretenido.

Un saludo,
Cheshire Cat.

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