viernes, 7 de septiembre de 2012

El engendro

Por fin lo acabaste, después de ese tiempo que te ha parecido inabarcable, pero que no ha durado más de unos minutos, como mucho una hora. Sí, es cierto, seguramente la idea haya estado revoloteando en tu mente todo ese tiempo, sin coger forma, porque eso de la forma siempre fue ajeno a las ideas, aunque suene raro decir algo así en un lugar como éste. Alivio momentáneo, pasajera satisfacción cuando crees que has conseguido plasmar todo aquello que pretendías. Fugaz, como digo, pues se evapora con la relectura, motivo por el que personalmente las evito. En unos segundos, los que tu mirada tarde en posarse al inicio del texto, todo se ha descolocado, ha perdido el sentido y toda aquella estructura que tan bien dilucidabas en tu cabeza se ha esfumado. Tus frases pueden malinterpretarse, las palabras no son las adecuadas, fallan los matices, sientes que nadie va a comprenderte. Definitivamente esto no es lo tuyo.

Paralelamente a toda esta amalgama de posibilidades que se te escurren entre los dedos, como cuando eras niño y jugabas con la arena seca de la playa, sientes que te vacías sobre un papel. Lejos de ser pintor de delicada paleta y brocha fina, viertes el bote entero sobre el lienzo en blanco, salpicándolo todo y jugando a adivinar qué parte de tu vida acabas de derramar. Te esfuerzas en buscar un sentido a aquello que no lo tuvo cuando estaba dentro de ti, pero nada, sigues sin encontrárselo. Recuerdas, torpe y lejanamente, aquellas palabras que escuchaste, que ahora no contextualizas, pero que decían algo así como que lo que uno escribe es muy parecido a un hijo, siempre en sentido metafórico. Solo que te niegas a pensar que sea algo así, demasiado bonito, puesto que te es imposible desprenderte de la imagen de Frankenstein. Lo que acabas de escribir, de martillear a duras penas sobre unas doloridas teclas, es un pequeño engendro deforme del que reniegas, a la vez que lo quieres. No se puede renegar completamente de uno mismo, y sabes que ahí va una parte de ti, por insignificante que sea. 

Cansado, recostado a duras penas sobre la silla fetiche que usas para escribir, rodeado de todo ese ambiente que se supone que te inspira para hacerlo, desistes en el intento de seguir torturando a tu criatura con más frases que se perderán en el mar de la incertidumbre hermenéutica del lector. Apagas, decides emplear tu tiempo en algo mejor, aunque no puedes evitar dar a conocer tu nueva creación. Es tu manera, tu vago intento de llamar la atención para demostrar que todavía existes, que sientes y las pesadillas hacen que te incorpores de la cama alguna que otra noche. Ahora duerme, imagina el guión para mañana que no se cumplirá. Sueña, que los sueños sí que no podrán arrebatártelos.

Gueky.

1 comentario:

  1. Y lo peor es que, al final, siempre sabes que podrías haberlo hecho mejor.

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